miércoles, 30 de junio de 2010

Los ojos hinchados, pero abiertos. Mojados con el agua del adios.

EL corazón en un puño.

Pum

Pum

Latiendo al ritmo de tus pasos, mientras te alejas. Cada paso es una tortura, como la tortura de tus labios diciendo mi nombre por última vez, hace tan solo unos segundos.

Miro el camino que se dibuja bajo tus pies, y también el que nace frente a los mios, en sentidos contrarios, y no acierto a distinguir una meta en que se crucen. Son caminos paralelos.

Me arrepiento de todas las cosas que no te he dicho antes de que te marcharas. Me arrepiento de no haberte podido hacer reir más veces. Me hubiera gustado llenar del recuerdo de tu risa el vacío que tu ausencia me ha dejado.

Solo en la tristeza del adios soy capaz de comprender lo que te necesito. Pero... solo en la tristeza del adios soy capaz de comprender lo poco que tú me necesitas. Y un millon de palabras no podrían hacer que vuelvas.

Tardé solo minutos en quererte. Sin embargo sé que podría pasarme toda la vida despidiéndome de ti. Porque como dijo Shakespeare, partir es tan dulce pena que estaría diciéndote adios hasta el amanecer.

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